jueves, 1 de noviembre de 2012

Polar circle and Northern Lights




Cada uno tiene unas metas en la vida viajera, y casi nadie enlaza esos anhelos con alcanzar zonas geográficas concretas, aunque no haya un cartel que lo indique. Algo tan trivial como un meridiano o, como hoy, atravesar la frontera del Círculo Polar Ártico. Hoy, desde el avión de Norwegian que nos llevaba a Bodo (se lee Budo), hemos pasado ese límite para mí hasta ahora tan lejano. No soy un avezado explorador, ni un intrépido. Pero es lo más al norte que voy a estar en mucho tiempo, y es fácil evocar historias que has oído en la tele. Tienes la impresión de llegar a los confines de La Tierra, como si no fuera redonda sino cuadrada. Uno podría esperar quizá un cartel que pusiera: aquí se acaba nuestro mundo, yo que usté, no pasaría.
Nos vamos a coger el ferry a las islas Lofoten, y la mujer del autobús nos invita al trayecto porque dice que Noruega es muy caro. Y es verdad. Luego le decimos que somos españoles...por si nos regala su casa, dada la situación. Pero no ocurre, se compadecen, pero no son tontos. Antes del ferry hacemos amistad con dos hermanos franceses. Resulta que van al mismo hostel que queremos nosotros, y ya han quedado con el tipo para que les recoja en el puerto. Genial, así vamos todos. Ya en el barco, decidimos abrigarnos bien y hacer las 4 horas de trayecto en la cubierta. Evidentemente, somos los únicos anormales ahí. Si hace frío en Noruega, ni te cuento en un barco en mitad del mar. Como somos gente lista, sobre todo Javi, nos tumbamos ahí cuan largos somos para evitar el viento, los bamboleos a veces exagerados del barco y, sobre todo, ver mejor el cielo. 
El espectáculo que vivimos es, sencillamente, inigualable. Al principio aparecían tímidas, tenues. Como hilos de algodón verde con poco contraste. Deshilachado. Luego fueron cogiendo confianza, y por todo el cielo se extendieron multitud de olas, abanicos, filamentos...era tal el número, que podríamos habernos congelado y ni nos habríamos dado cuenta. Placer sensorial. Hay una teoría del origen del Universo que lo explica como colisiones entre placas planas onduladas que serían diferentes universos. Al chocar dos placas, se generaría la infinita materia de un Big Bang. Vamos, como placas de pasta para canelones en la olla. Así estábamos: abajo, un universo de olas que mecían nuestro barco; arriba, las olas verdes relucientes. En medio, nosotros, sin que nuestros sentidos pudieran absorber tanta belleza balanceándonos entre dos universos paralelos que casi se tocaban. No podíamos hacer fotos porque el barco parecía una montaña rusa, pero tenemos retinazos. Sabiamente, nos tumbamos a contemplar el cielo. Eso que hace demasiado tiempo no hacía. Ambos en silencio, mirando el cielo del norte más norte. Estrellas, auroras, satélites artificiales y, como premio por nuestra constancia, una estrella fugaz preciosa. Podíamos ponernos intensos, era lo menos que merecíamos. En este sitio recóndito, con un frío que paraliza, sólo dos personas en el barco estábamos allí atónitos. Me cuesta creer que alguien pueda costumbrarse a esto sin darle importancia. Se pirran por nuestras playas, pero esto...es impagable. A veces ser freak te lleva a hacer lo que el resto no hace. Es quizá el momento de mayor satisfacción: todo el cielo para nosotros, que ahora, le pertenecemos.

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