martes, 6 de noviembre de 2012

De los viajes y sus gentes





Pensar que la gente es buena por naturaleza puede ser un error de principiante en el mundo, o la comprobación empírica de que así puede ser a veces. Acostumbrado a ir por el mundo y encontrarte gilipollas auténticos en muchos sitios, la calma que uno siente al ver alguien que no te mira por encima, sino que te ayuda sin esperar nada a cambio, es reconfortante. Son gestos nimios como regalarte el autobús porque Noruega es un país muy caro, o regalarte un paquete de pan porque no sabe si está malo como el resto que el hombre de la tienda tuvo que tirar. Huelga decir que para que te inviten al autobús en Bodo, has tenido que llegar allí con un mínimo de 2 aviones y algún que otro transporte, con lo que se supone la capacidad económica de pagar el autobús urbano. Luego realmente no lo hace porque te ve cara de paleto español que no tiene un duro, sino porque en un autobús vacío que sale de un aeropuerto vacío, le reconforta más ayudar al único extranjero en varios km a la redonda para que podamos tener la imagen de esta gente que merecen. Puede que no tengan bares y sean aburridos por naturaleza, como los suizos, pero no se puede negar que son civilizados y educados, respetuosos con el que se molesta en ver su pueblo frío rodeado por un mar bravo y unas montañas blancas y verticales. No es fácil llegar allí en invierno, ni desplazarte, así que está bien un poco de humanidad. No se trata de buscar la tierra prometida como Springsteen, ni siquiera uno espera nada de la gente que se encuentra. Quizá por eso es tan agradable. Yo viajo con una sonrisa siempre puesta, pero no espero encontrar lo mismo. Cada uno tiene su manera de ver al viajero en su pueblo: con recelo muchos, fruto quizá de las ganas de salir de ahí, por lo que no entienden por qué tú pierdes tiempo en ir; con amabilidad otros que agradecen que alguien mire el mapa y sepa dónde están; y los indiferentes, total, su vida no va a cambiar un ápice por tu visita. Noruega es un país rico, tiene petróleo (y pescado seco, una inmundicia como otra cualquiera), así que no necesita que vayamos a gastarnos nuestros euros en su corona. Precisamente por eso los gestos de amabilidad son más naturales, ya que tu dinero no les vale para nada. Uno entiende la amabilidad de los camareros norteamericanos, las gracias de los buscavidas cubanos y lo pesados que son los marroquíes para venderte cualquier cosa en cualquier lugar. Gente que necesita tu dinero porque sin él, no comen. Esa amabilidad está falseada, no es limpia. Nunca sabes si es una máscara que se ponen por la mañana y se quitan hastiados como un payaso triste que se quita la nariz roja al final de un duro día de no hacer reír a nadie.
Pero un tipo que te cobra 12 € por una cerveza de 0.6L en un bar lleno de trastos antiguos en el techo, bien decorado, en el barrio pijo de Oslo entre un pueblo menos llano de lo habitual, ése no necesita ser amable. No espera propinas. Si te sonríen, es porque son así, sin esperar nada por tu parte. Supongo que vivir en un país rodeado de tanta belleza natural, tan salvaje y despiadada, tan fría e inhóspita, hace que la gente se sienta parte de algo más que un país, o una zona. Levantarse cada mañana y ver las islas heladas en un mar azul intenso casi negro, auroras boreales en su larga noche ártica, y sentirse a parte del mundo civilizado debe curtir de una manera especial, debe hacerte amable. Yo no podría más que sonreír si abriera mi ventana cada gélida mañana para contemplar la maravilla de islas, montañas, hielo y cielo…mucho cielo sobre mí. Y nadie que me estorbe para disfrutarlo.

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