domingo, 25 de noviembre de 2012

My Blueberry Nights



"Quería que me dejara ir, y ahora que lo ha hecho,
me duele más que cualquier otra cosa en el mundo"

Esto lo dice Rachel Weisz, pero puede aplicarse a cualquier mujer sobre la faz de la Tierra, a cualquiera de esas mujeres que dejan escapar algo que creen que no quieren, pero que ansían por encima de otras cosas. Quizá es la tónica habitual, o quizá, sólo es mi tónica habitual. Dejar huella no es lo que uno ansía. Sólo deja huella lo que ha pasado, como las olas del mar, el río que baja de la montaña o las cicatrices que uno guarda.
Puedo ver películas como "In the mood for love", "2046", "Bin Jip" o cualquiera china, coreana o similar. Puedo verlas sabiendo la realidad intrínseca en todas ellas. Ocultas tras un drama, las historias dejan siempre la misma pregunta: ¿está el hombre preparado realmente para amar? ¿Es capaz de soportar las miradas insinuantes, y el silencio posterior, la nada de muchas veces con el todo de unas pocas? ¿Cuántas veces puedes ver alejarse a la chica sin que mire atrás, sin que parezca recordar tu último beso?
No, no estamos preparados. La soledad es más llevadera porque la onda que dibuja es plana, sin crestas ni valles. Sin los buenos momentos despertándote a su lado, ni los malos con toda la cama para ti.
Puedo ver "My Blueberry Nights" sin creerme el final feliz, mientras durante cada historia que relata, hay una tristeza cada vez más grande, más profunda y arraigada. Un beso al final, no arregla el cúmulo de sinsabores más allá de ese instante. Será porque en américa están mal vistos los finales tristes, y en china tienden al hiperrealismo. Será que Wong Kar Wai se ha vuelto blando, o quizá cree que ha encontrado lo que sus Gong Li o Zhang Ziyi no consiguieron dar a Tony Leung y tantos otros. Quizá es porque Jude Law no admite un final triste por contrato. Pero las historias reales, las de los anónimos que tenemos un corazón que se rompe una y mil veces, no pasan por el filtro de jolibud, no tenemos una versión previa que revisar. Regalamos los latidos que no tienen vuelta atrás, esa sangre que cuando regresa, ya no es la misma, ni te deja ser igual. La gente de a pie, sabe que el final es ver a Tony Leung apoyado en una farola bajo la lluvia viendo como Maggie Cheung desaparece en la oscuridad de un callejón. Lo de Jude Law en el bar, besando a Norah Jones, sólo ocurre en las películas. Aquí, ella, nunca vuelve.

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