La Física de las emociones

Los sentimientos, las emociones, son a veces tan esquivos, como otras, inesperados. Pueden ir ligados a demasiadas cosas, que generalmente no controlas. En mi caso, como en tantos, van ligados a la música. De nuevo la Física. De nuevo una onda y yo, su partícula. De nuevo cierras los ojos y viajas acompasado, resonante. En el mismo estado de vibración, de una parte su música; de la otra, tú. Una sucesión de cuerdas pulsadas, pellizcadas, arrancando los sonidos que te estremecen. Y recorres el trazado ondulatorio por las crestas y los valles. Una longitud de onda, dos, tres…y todo cambia de nuevo. Otra frecuencia, pero siempre en resonancia contigo.

Un guitarrista no es mejor por ser un virtuoso y por su agilidad. Es mejor cuanto más consigue encontrar tu frecuencia de resonancia, removerte. Cuando consigue que tú seas la partícula de sus ondas. Así, en ese viaje, te preguntas por qué la gente sigue pensando que la Física es una ciencia fría, despojada de lo humano, cuando en realidad, puede pintar en un papel cada punto exacto de tus emociones.

Te das cuenta que un estudiante de literatura inglesa puede dominar el mundo ondulatorio, controlar la incertidumbre, el espacio y el tiempo. Pero la física es una ciencia inabordable. Un tipo sencillo, que probablemente nada sabe de Schrödinger o Minkowski, de De Broglie y su dualidad.

La física es de quién cree en ella, no del que la estudia. A veces, sólo basta sentir para comprender. A veces, no hay más que poner “Why Worry” o “Where do you think you’re going”. Otras, necesitas “Tunnel of Love”. Qué más da. Quizá, baste con encender el tocadiscos y dejar que suene la física, y tu habitación se llene de ondas justo en la frecuencia adecuada. La que te resuene y me conmueva.