miércoles, 11 de enero de 2012

Qué ocurriría si...



Leía en “La Triología de Nueva York”, de Auster, una posibilidad inquietante cuanto menos: ¿qué pasaría si naciéramos al despertar, y muriésemos al dormir, y así cada día? Suena el despertador, y vuelves a la vida. Pero ¿qué pasa con los recuerdos del día anterior? Parece sencillo imaginar que la memoria a corto plazo, los hechos irrelevantes que uno realiza cada día, las trivialidades, se borran de tu cerebro. Haces un “reset” y empiezas lleno de espacio para almacenar información. Cada mañana se te olvidan los malos momentos del día anterior, los sinsabores y las decepciones. También olvidas, claro, las cosas bonitas, como unos ojos que te miran, lo bien que te haya salido algo en la oficina, o la chica que esa noche se acostó contigo. No tiene sentido, sin embargo, olvidar quién eres, a qué te dedicas o dónde vives. No vas a renacer como un Terminator, desnudo en medio de un aparcamiento. No puedes nacer sin identidad, algo debe perdurar. De este modo, mejoramos el desarrollo del cerebro y sus funciones, ya que eliminamos la morralla que almacenamos, todo aquello que nos frena y nos limita. Esos recuerdos tristes que nos condicionan. Borraríamos eso para estar listos para absorber y almacenar nueva información. No deberíamos necesitar aprender a leer, escribir o manejar un ordenador. Con olvidarnos de sufrir valdría, le restaríamos valor a todo lo que fuéramos a olvidar. Pero se me plantea la duda de qué ocurre con la persona en sí. Hay dos posibilidades obvias: naces siempre como el mismo tipo, o, por el contrario, naces cada vez en una persona diferente. Esto último da para muchas cavilaciones. No tendría sentido almacenar conocimientos, como antes supuse, ya que no te servirían de nada en otro cuerpo. Adquirirías directamente los de la otra persona. Sería vivir la vida de otro. Un préstamo de cuerpo. Cada habitante de uno, dejaría algo de sí mismo en ese cuerpo para que lo aproveche el siguiente. Si extendemos esto durante mucho tiempo, no seríamos sino un compendio de todos los demás habitantes de ese cuerpo. Suponiendo que pasaremos por muchos cuerpos, y muchos por el nuestro, acabaríamos siendo seres casi idénticos en cuanto al interior. Básicamente iguales. Pero, ¿podríamos nacer más de una vez en un mismo cuerpo? Es decir, fruto de la casualidad o la probabilidad, ¿podríamos habitar nuestro cuerpo más de una vez? O, más turbador aún, ¿podríamos ser habitantes de un cuerpo de diferente sexo? ¿Qué mecanismo determina que hoy yo sea yo, y mi yo de mañana sea el tuyo de hoy, y no otro? Si despertamos siendo el mismo que éramos al acostarnos, sólo tiene gracia pensar en la memoria. Es mejor creer que despertamos en cuerpos diferentes. Al menos así imaginamos quién podríamos llegar a ser un día...

2 comentarios:

  1. Sin ser lo mismo, puedes ver El curioso caso de benjamin button y luego asomarte al relato de Fitzgerald en que se basa. Pues si éste cuenta la decepción que crece a medida que el protagonista rejuvenece, la película recorre el camino contrario: cuanto más joven es Button, más felicidad conquista.

    lo más literalmente parecido al proceso que cuentas podría ser el propio Fitzgerald, que tras la melopea de cada día, debía despertarse sin saber quién era :P

    ResponderEliminar
  2. ...pssss. que no. eso de olvidarte de las cosas y ser otro, de cuerpo o mente me suena raro. al fin y al cabo lo que nos define son nuestras experiencias y todos los procesos internos/externos los que nos definen.

    ResponderEliminar