miércoles, 9 de abril de 2014

Polvo eres



Mi madre dice cuando viene a mi casa que está todo lleno de polvo. Yo, creyendo firmemente en la capacidad de limpieza de la asistenta que nos ayuda, le echo la culpa al tráfico, la contaminación y a vivir junto a la M30. A mí, que la tele tenga algo de polvo o el ordenador tenga una ligera costra, no me quita el sueño. Ya me lo quitan las mujeres, o su ausencia; el dinero, o su ausencia; la moto, y su ojalá no ausencia… En definitiva, me lo quita lo que me falta, no lo que me sobra. Al menos, hasta que llegué a Kathmandú. Allí sí me sobra un poquito de polvo. Es como si fuera la fábrica mundial del polvo que se te queda en la tele de casa. Si alguien me pregunta alguna vez de qué viven en esa ciudad, estaré plenamente convencido de que comercian con polvo de diversa índole. No he podido ver las fábricas, pero seguro que algún tour operador lo incluye en su fantástica oferta de viajes. Ya desde el cielo se ve: todo marrón. Marrón es el suelo, marrones las paredes, marrones los tejados, marrón es la gente, marrones los coches… El color original quién puede saberlo. Compras té, tiene polvo. Compras ropa, tiene polvo. Te lo meten todo en una bolsa, tiene más polvo aún. Que quieres carne…¡ni se te ocurra comprarla en la calle! A temperatura ambiente y todo lleno de polvo, tiene que ir el filete él solito al plato. Billete al hospital más cercano: 45 minutos de tráfico entre el polvo y la mugre. Seguro que al llegar te pasan un plumero.
No he viajado por Asia como para sacar conclusiones, pero a tenor de lo visto, leído y atendido en la tele, mi conclusión es que las sociedades hinduistas son todas de este estilo. India, Nepal, Bangladesh, Pakistán… Viven en la mugre. Les gusta. Hasta las zonas turísticas y sagradas están mugrientas. Me parece un impresionante contraste el colorido sari de las mujeres y el pardo color que todo lo envuelve. De todas las etnias que habitan en Nepal, creo que los hindús son los más polvorientos. Los sherpas no son así. Están mugrientos en las montañas porque no hace una temperatura como para quedarse en bolas en la ducha. Totalmente comprensible. Pero no son sucios. Son pulcros y ordenados.
Armónico desorden: el tráfico, las normas de higiene, los vendedores de flautas, los vendedores de ajedreces, los vendedores de hachís…Todos tienen su rincón. Nadie discute y nadie se pelea por un rincón. El motivo es simple: su rincón es el que ocupes tú. Se pegan como una mosca a la mierda, y eso no deja a los turistas en buen lugar. Al menos no dan gritos entre ellos. Aquí sería horrible.
No obstante, la ciudad tiene sus virtudes. Al menos el barrio de Thamel, el turístico. Buenos restaurantes de todo tipo, ambientillo, sitios para cervecear, tiendas, gente relativamente limpia… Es un barrio que duerme poco. Aunque quieras. Siempre hay gente y ruido en la calle. Sea la hora que sea. Digamos que no es un sitio para la reflexión y el sosiego.
Tras el polvo, merece la pena incidir en el tráfico desenfrenado pero lento; caótico pero sin accidentes; agresivo pero sin problemas. Es realmente curioso cómo no mueren al menos cien mil personas diarias en esas motillos. Si no es un coche lo que está en medio, es una moto. O una persona, o una vaca. Sí, las vacas son sagradas también. Herencia hindú. Uno de los días había una en todo el medio de una calle con 3 carriles por sentido. Ni se inmutó, tumbada como estaba viendo la vida cómodamente. Había algún mono contemplando la escena, probablemente.
Miles de motos de baja cilindrada, coches que podrían volcar de una patada, bicis (¡que vaya valientes!) y personas que para qué van a mirar al cruzar. Son los maestros de la evasión. Todo el mundo usa el claxon descafeinado ese que llevan. Al principio creíamos que era para amonestar a alguien, como se hace en los sitios civilizados. Pero no, esta gente lo hace para avisar de sus propias maniobras: pasarte por cualquier lado, aprovechar un hueco ínfimo, subirse a la acera si hace falta o sortear una vaca o un agujero capaz de tragarse el metro de Madrid entero. Nadie grita al otro, ni increpa, ni insulta. Pero todos pitan y se adelantan a 35 km por hora. Es como una carrera ralentizada. Y mejor que no corran mucho, no tengo las más mínima fe en los frenos.
Si uno sale de Thamel, tiene poco que ver. La plaza Durbar es un desastre auténtico, y encima te cobran por entrar. Se supone que es un remanso de paz en medio del caos, pero sigue lleno de indios que te venden flautas, que te hacen de guías turísticos, que te dan el coñazo porque estás ahí…Uno llegó a ofrecerme la flauta por Rs.10, que es menos de 10 céntimos de euro. ¿Qué mierda puede valer eso? Estoy por gastar Rs.10.000 y venderlas en Europa a 10 euros. Me forro. Los monasterios de la plaza son de ladrillo rojo, pues fueron reconstruidos tras un incendio, y están llenos de palomas y mugre. El museo sobre la vida del maravilloso rey hindú es un coñazo. No puedes sacar de ahí ni una peli de bollywood. Fotos raras, una cama, algún utensilio de uso cotidiano. En fin, que inhalar litros de mugre por metro cúbico de aire no merece la visita a dicha plaza. Mejor volver al reducto de paz occidental que es Thamel. Allí puede uno encontrar miles de productos de Norz Feis, Mamú, Mountain Jard Wear y demás. Es el paraíso del material de montaña falso. No por falso tiene que ser malo. Hay cosas de muy buena calidad. Mientras rechazas por enésima vez al imbécil vendedor de droga con ganas de darle una patada en el ojo derecho, puedes ver toda clase de plumas, gore tex, sacos, bolsas y demás material. Como dijo Dawa, para trekking de hasta 6000m te sobra. Para subir el Everest, quizá se te queda corta la ropa. Teniendo en cuenta que superar los 6000 no se hace a diario (salvo allí), es una buena opción para regalo. Como las pashminas. Pero eso sí, debes dar con una vendedora honrada. Todas marcan 100% pashmina (o cashmere, que es el término inglés) pero no todas lo son. Tienen imitaciones chinas que cuestan en torno a Rs.700, en lugar de las Rs.5000 que cuestan las buenas. De entre las buenas, las hay aún mejores. Depende de la zona de la cabra de la que sale el pelo usado. Lo más caro es el penacho bajo la cabeza y de ahí, la parte interior. El tacto es realmente agradable. Pero al final te dejas un pastizal en regalitos. Menos mal que la familia es agradecida.

Como conclusión, Anatoli Bukreev decía que uno de los mayores retos del alpinista es salir de Kathmandú sin problemas de salud. Lo suscribo. Tres días más y necesito un trasplante de pulmón.

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