miércoles, 15 de agosto de 2012

Easy Rider



Easy Rider da una buena idea de cómo es viajar en moto salvo que el LSD ya no está de moda. Hay pocos diálogos y sí muchas imágenes de Peter Fonda y Dennis Hopper simplemente circulando mientras una música cojonuda suena y lo invade todo. Hoy en día, te cruzas con más coches, y ya no te disparan si eres un melenudo, pero la soledad que se siente es la misma. Es una soledad regada por la música que tengas en tu cabeza –o tus auriculares-, por el silencio de no oir voces ni nadie que se dirija a ti. Las tierras que recorres forman parte de ti al atravesarte como lo hace el aire limpio, sin dejar mancha pero permitiéndote sobrevivir. Tú eres parte de un camino en el que no dejas huella más allá de un ruido atronador que desaparece siguiendo el efecto Doppler, mientras que el camino nunca te abandona, se queda agarrado con tentáculos y ventosas. Siempre serás parte camino con sus curvas y sus árboles, con sus prados y los olores que emanan de las flores. La huella es permanente en ti. Como en la película, tu espíritu es libre e indomable –no importan el GPS, el móvil, el iPad para contar tu viaje o las facilidades que hoy en día tenemos- y sólo fluyes. De pueblo en pueblo, sigues siendo un extraterrestre, un desconocido del que desconfiar. Y sobre todo, sigues siendo algo atrayente. Los chicos miran tu moto queriendo una igual. Las chicas miran tu moto como si fueras un tipo duro, deseándote. Todo el mundo desconfía en un principio, pero en cuanto te bajas y te quitas el casco –como cuando regresas de un paseo espacial a tu nave- la gente tiende a ser más amable que con un viajero común. Porque no eres un viajero común. Saben que ves la vida de otra forma, que las comodidades te importan menos –aunque sea durante 15 días al año-, que eres audaz y que convives con el riesgo. Estás expuesto a tantas cosas, que la gente tiene a apiadarse de ti y te ven como alguien que necesita su ayuda. Muchas veces así es. Ya sea para conseguir una buena cerveza que te quite la sed y el cansancio de golpe, para una buena comida caliente que te entone o una cama que acoja tus sueños y los haga suyos. Puedes ser un tipo duro y aceptar lo que la gente desconocida te da. Casi siempre, eso mejora el viaje. Ya no se llevan los rebeldes, no es necesario. No hace falta un James Dean, ni un Hopper o un Fonda. No hace falta ser un forajido, un tipo peligroso que inspire temor. Podemos surcar las carreteras más perdidas desde nuestro aburguesamiento, parar en hoteles decentes y no tugurios de mala muerte, podemos bebernos un buen vino y comer una buena carne antes de dormir en un colchón cómodo y amable. Una vez que nos bajemos de la moto, somos gente corriente, aburrida. Somos como cualquier otro, una sombra nada más. Dejamos de ser lo que siempre queremos ser para convertirnos en lo que somos. Y nadie quiere ser como es. Es necesario volver a la moto lo antes posible y así, conseguir que todo vuelva a tener sentido de nuevo. Quiero que el aire me golpee en la cara –al menos por la visera entra algo- y no oir nada más que el tubo de escape rugir. Quiero ver montañas y ríos mientras paso a toda velocidad por carreteras sinuosas. La ciudad no es sitio para alguien como yo. No soy un forajido, ni un rebelde. No me drogo ni soy un melenudo. Sólo, voy en moto. Y así quiero seguir.

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