Alguna
vez he comentado la relación directa entre las matemáticas y la toma de
decisiones de las personas. Es fácil: uno aplica el método científico para
llegar a una conclusión, para lo que se basa en ciertas premisas que pasan por
un filtro “matemático”, lógico, con sentido. Mientras la función cerebral siga
su curso, no hay incertidumbre, ni miedo, ni vacío. Ni desequilibrio. Si
confiamos en las matemáticas, podremos llegar a conclusiones válidas para
cualquier supuesto de una manera que no perjudique demasiado nuestro quehacer
diario. Y todas las decisiones se toman así, a pesar de que unos cerebros están
más predispuestos al caos, a la aleatoriedad nada aleatoria, que otros. El mío,
es matemáticamente exacto. Ni leyes de probabilidad, ni caos ni leches. Vivía
en una estabilidad razonable, con un nivel de incertidumbre bajo mínimos. Algo
como: ¿podré comprarme la Multistrada 1200 este año? ¿Podré cambiar mi Mini Cooper
por un Cooper S Cabrio? ¿Pillaré algún día? Lo típico. Si metías estas
variables de incertidumbre en mis ecuaciones, no me sacaban mucho de mi área de
confort. Y sí, hablo en pasado. ¿Por qué estoy ahora fuera del área de confort,
no como, no duermo y el corazón se me va a salir un día del pecho? ¿Se puede
explicar lógicamente el jamacuco que me va a dar el día menos pensado? De
repente tengo una sensación de angustia fruto de que mis ecuaciones no explican
qué me pasa. Mis procesos mentales, antaño sólidos, ahora se deshacen como una
nube de verano. Se incorpora un elemento nuevo a las variables que las hace a
todas caóticas. ¿Tanto poder tiene una única variable? La angustia no es si le
gustaré a una concreta, o si me gustará de verdad o no. No es cuestión del
futuro, ni del presente. Es sólo cuestión de que mis parámetros no estaban
preparados para calcular algo incierto. Necesito un resultado al final del proceso,
no una incógnita. Me faltan ecuaciones para el sistema, eso parece estar claro,
pero ¿cuáles son? Es como cuando Antonio, mamón donde los haya, nos puso ese
año el problemita más horrible jamás pensado: calcula las ecuaciones de
movimiento (en coordenadas generalizadas) de una peonza que gira sobre un carro
del que un cabroncete tira con velocidad lineal constante. Cuando le pregunté un año después cómo se
hacía me dijo: tranquilo amigo, no te lo voy a poner nunca más. Mi situación,
es tal cuál: doy vueltas sobre un carro que también se mueve, y nadie sabe
decirme cómo me muevo, ni hacia dónde. Y si pregunto al profesor me dirá que no
importa porque ni él mismo tiene ni puta idea. La solución igual pasa por mirar
otro problema y volver a hacer cálculos normales. O no. O qué se yo. Igual la
entropía hace que mi cerebro sea también un sistema a desordenar. Joder, no falla
nunca la puta Termodinámica…
No hay comentarios:
Publicar un comentario